De Vikingos y Vaqueros (Segunda Parte)

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The events depicted in this blog took place in Minnesota in 2017. 
At the request of the survivors, the names have been changed.
Out of respect for the dead, the rest has been told exactly as it occurred.

«¿Dónde estoy, y qué narices es eso?» es algo que todos nos hemos preguntado alguna vez según el despertador nos devuelve a la tierra desde el más profundo de los sueños. Golpe que, además, tu cuerpo asume francamente mal cuando apenas han pasado varias horas desde que cerraste los ojos.

No había tiempo que perder, porque como dije al final de la primera parte, nuestro vuelo a Minneapolis era prontísimo y poco después de las 4 de la mañana ya estábamos en pie para ducharnos y preparar las mochilas. La única razón por la que nos aguantábamos cualquier quejido era la esperanza de poder dormir algo durante el vuelo, que nos iba a llevar poco más de dos horas.

Pero antes de todo aquello había que llegar al aeropuerto, checkear las mochilas, pasar los controles… situaciones que ya son suficientemente molestas cuando se tiene un descanso completo, y que te hace replantearte muchas cosas en la vida cuando no.

La verdad es que todo fue rodado, habíamos reservado sitio en el shuttle gratuito que varios hoteles ponen para acercar a sus clientes al aeropuerto de Fort Worth, J checkeo su maleta online el día anterior porque se pasaba considerablemente de las medidas permitidas para la cabina, y a esas horas la cola para el control de seguridad era mínima.

Lo único que me preocupaba un poco era que no habíamos metido nuestros pasaportes en ningún campo de relleno cuando hacíamos el check-in online y la reserva parecía estar completa solo con nuestros nombres. A la hora de imprimir los billetes de embarque en el aeropuerto sí que has de utilizar el pasaporte para la identificación, y, brujería, te reconoce sin problemas. Cómo es la tecnología hoy en día eh… y qué bien funciona lo de tenernos controladitos. Un saludo a la CIA y NSA, fieles lectores de Monday Night Blog, y de todo en general.

Haciendo tiempo en la puerta de embarque, me dio por acercarme a una de las tiendas del duty-free y pude ver bastante merchandise de la Universidad de Texas, «mi» equipo de College. Muy entrecomillado ésto último porque el College es algo en lo que no me he metido de lleno aún, pero claro, hay que apoyar a los tejanos.
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A una camiseta que reza «We are Texas» con el logo Longhorn, añadí algo que siempre he querido tener: un sombrero vaquero. Me he probado varios durante mi vida, pero siempre he tenido claro que solo había un sitio en el que podía comprármelo: Texas, y a ser posible, Dallas. Aquí me tenéis. Sombrero que, por cierto, llevé puesto a Wembley para el primer partido del año en el Reino Unido, nada de dejarlo cojiendo polvo en casa.

El avión que Delta tenía preparado era el más pequeño entre todos en los que había volado antes, lo cual se hace raro en un principio; desde el sonido de los motores al espacio en el interior, todo es distinto. Cuando superamos el «cotorreo» de las señoritas que teníamos delante, porque vaya paliza iban dando, tanto J como yo nos dormimos durante más o menos la totalidad del vuelo.

Aterrizaje en St Paul’s en hora (la azafata de cabina confirmó que eran las 9:11 y J, yo y varios otros viajeros nos miramos como diciendo, «extraña y algo macabra elección de palabras a utilizar un 11 de septiembre») , ningún retraso en la recogida de equipaje, y acto seguido nos montamos en un taxi de los que allí mismo se encontraban para llevarnos al hotel, sin muchas ganas de liarnos a mirar otra opción en Uber. Aquí nos jodió un poco el hecho de que nos hiciera pagar en metálico, cuando podíamos leer una pegatina que clarísimamente decía que el pago con tarjeta era bienvenido. Su puta estampa.

En las últimas curvas hacía nuestro destino, pude ver un camión parado con una referencia a la que no pude evitar sonreír, y a la que ahora me arrepiento de no haberle sacado una foto porque no volví a verla: Fargo, ND.

Desde el día en el que reservamos el hotel en Minneapolis habíamos intentado contactar a la gerencia del mismo para preguntarles sobre la hora del check-in, que aunque estipulaba que era a las 3 de la tarde, queríamos saber si había alguna manera de  adelantarla (pagando, intuíamos) o si a unas malas podríamos dejar nuestro equipaje en la recepción para poder ir tranquilos al partido, que empezaba a las 6:10 pm.

Llegaríamos a eso de las 10 de la mañana y para nuestra sorpresa (y alegría), la habitación estaba ya lista y nos dejaron entrar de inmediato. Nos quedamos alrededor de hora y media tumbados en la cama, viendo ESPN y comiendo mierdas que compramos en una vending del hotel, algo que nos devolvió a la vida.

IMG_1754Otro shuttle bus gratuito nos acercó hasta el Mall of America, centro comercial por excelencia del estado de Minnesota, y un sitio cojonudo para resguardarse del frío… cuando hace frío, porque menuda torrada que nos acompañaba también aquí. Varias personas locales nos reconocieron que aquello era mucho calor para la época en la que estábamos, y menos mal, porque pensábamos que habíamos vivido engañados toda la vida con lo referente al tiempo en la Tierra de los 10.000 lagos.

Una de las tiendas de obligada visita aquel día era el Vikings Locker Room, la tienda oficial de la franquicia. Como sabíamos que al día siguiente tendríamos un rato tranquilos, J no se volvió muy loco comprando cosas en el gameday, y salió de allí con un nuevo jersey: el del #22, Harrison Smith.

Contento con su nueva camiseta, y siendo ya la hora de comer, nos acercamos a un restaurante dentro del Mall of America que tenía una pinta tremenda: Twin City Grill. J se comió una hamburguesa (+1 en el contador hamburguesil para él) y yo me tiré a por algo con un nombre tan apetitoso como Open-face turkey. Increíble, en mi Top 3 de todo el viaje sin duda alguna.

IMG_1013El plato era, básicamente, como cenar en Thanksgiving. Pechugaza de pavo totalmente limpia, un puré de patatas extraordinario, el relleno del pavo a un lado y la salsa de arándanos de acompañante junto con la gravy.   Como Semi-British en el que me he convertido, un buen stuffing, un buen mash y la gravy hacían que quiera que me enterraran allí mismo.

Ya con los estómagos llenos, bajamos hasta la estación de tranvía que tiene el MoA y que nos acercaba hasta el US Bank Stadium. El viaje dura como unos 40 minutos y te deja en la mismísima puerta del estadio; sencillo, barato y áltamente recomedable.

Ahora era J el que no podía estarse quieto y dejar de sacar fotos, y yo aprovechaba que pude llevar mi cámara réflex (en el AT&T podría haber tenido problemas porque mi objetivo medía exáctamente 3″, el máximo permitido, y no quise arriesgarme) y me entretuve sacando fotos a los alrededores y a J. El estadio tiene enfrente al downtown de Minneapolis, una estampa muy bonita, y que con el tiempo tan magnífico que hacía la mejoraba aún más.

Sabíamos que la carpa (llamada Vikings Longhouse) que ofrecería sombra, aire acondicionado y cervezas (¡como no!) no abría hasta un par de horas antes del partido así que nos mezclamos con la marea morada que tan feliz parecía estar haciendo a J. Entendía perfectamente por lo que estaba pasando, no hacía ni 24 horas desde mi propia experiencia indescriptible, pero sé también que para él era un poquito más especial porque no se ha visto rodeado de tanto vikingo en la vida. Dejé, pues, que andara y procesara las cosas a su ritmo.

En mis idas y venidas por la avenida que enlaza con el US Bank Stadium, y mientras sacaba fotos a varios anillos de la SuperBowl allí expuestos en vitrinas, escuché un gran alboroto y al girarme pude ver por qué la gente corría: en un carrito de golf pasaban Randy Moss y Charles Woodson, ambos trabajando ahora para la ESPN, y claro, pues allí que me fuí. El bueno de Moss iba a ser homenajeado e incluído en el anillo de honor de los Vikings aquella noche, y también haría sonar el Gjallahorn antes del kickoff.

Todo el jaleo se terminó y mientras esperábamos a que la carpa abriera, escuchamos un rato a la banda que tocaba en el Sound of the North, un escenario situado en medio de la plaza con yet another beer, que diría aquel. Nuestro contador cervecero estaba como en 1 trillón.

El Tailgate abrió oficialmente, y matamos el tiempo haciendo lo que os he comentado antes, mientras hablábamos y conocíamos a más gente. También soñábamos con otra victoria de nuestros equipos, porque ir a tu estadio mola, pero si te vas con una derrota pues como que no sabe igual. De momento estábamos 1 de 1.

No recuerdo cuanto de abusivamente antes entramos al estadio, pero fue ver las enormes puertas laterales abrirse y J se tiró para allí. Es un estadio impresionante este también, y dentro no decepciona. Tras dar una vuelta por el interior y seguir con las fotos, compramos algo para comer (en comparación con el AT&T, baratísimo) y J se gastó más dinero en merchandise. Se compró una toalla morada con la palabra SKOL escrita en amarillo que era preciosa, de hecho la vi yo, y que no me compré porque de ser así no vuelvo a entrar en casa. Pero ese es tema aparte, no seáis cotillas.

Empezó el partido tras un homenaje a las víctimas del 11-S, especialmente emotivo en aquella fecha tan señalada con el mosáico formado por cartulinas que rezaba «Never forget». Aun siendo el US Bank Stadium un estadio cerrado como es, hubo flyover, pero también es verdad que el techo es una cristalera que no imposibilita la visión, lo cual le daba aún más emoción al momento.

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El morbillo del día estaba centrado en ver cómo rendiría Adrian Peterson tras su vuelta a la que había sido su casa durante tantos años, y que por primera vez le vería sentarse en el bando visitante. No fue factor alguno en el partido, y los Vikings dominaron el juego en ambas facetas y durante todo momento.

Tengo que decir que el estadio vibraba muchísimo más que el AT&T, me lo pasé como un enano (di que cuando veo a Dallas tengo pocos momentos de descanso/disfrute porque me puede la tensión) y los terceros downs defensivos eran inmensos. En Dallas cuando más se escuchaba a la afición a duras penas se llegaban a las 112Db, mientras que en Minneapolis no bajaba de 117Db.

Cada vez que el canto de SKOL sonaba, aquello se convertía en una locura. El público aplaude por cada golpe de tambor mientras grita la palabra escandinava a pleno pulmón. Pelos como escarpias, y J, con su incapacidad para la sincronización en masa, perdido, pero entretenido.

El partido nos lo pasamos chocando, celebrando y abucheando con nuestros compañeros más cercanos, y tanto es así que la persona que tenía al lado J preguntó «Do our fellow Viking fans want a beer?», no sé si se dio cuenta que yo iba de camuflaje con Dez Bryant, pero el caso es que nos invitó a unas cervezas que costaban casi $10 cada una. No solo eso, sino que encima no nos dejó invitarle de vuelta algo más tarde.

Lo comenté tras la segunda visita a Wembley, nosotros copiamos la fórmula con nuestros vecinos en el Saints-Dolphins y les invitamos a varias en el que era su primer viaje desde Alemania para ver la NFL. Así da gusto ser  el «anfitrión».

El partido terminó con un 29-19 a favor del equipo de casa, y la vuelta desde el estadio al Mall Of America fue todo lo contrario a lo que pasamos en Dallas; en apenas una hora estabamos de vuelta en el centro comercial.

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Nuestra suerte no se detuvo ahí, y es que el shuttle hacia el hotel estaba parado en el parking, esperando unos minutos más antes de arrancar hacía su destino. Así pues, terminó la noche mágica de J, y nuestro balance de victorias se situaba en 2 de 2. Not too shabby.

A partir de aquí nada tiene relación directa con la NFL, así que añadiré algunos puntos que, creo, han merecido la pena y que han hecho el viaje más especial aún. Vamos con los extra points:

  • El martes, tras recorrernos el downtown de Minneapolis hicimos nuestra propia ruta de bares, mientras esperábamos impacientes nuestro bautizo en partidos de béisbol. Tengo que destacar una IPA con sabor a mango que, hostia, era una maravilla.
  • Aquella noche, tras una decisión dictatorial en una fantasy league en la que J y yo participamos, nuestros ánimos estaban caldeados y preparamos varios complots mientras disfrutabamos del Target Field y de los Minnessota Twins. La cuenta de @FansMLBSpain recogió alguna de las fotos que pasé en un grupo de Telegram en el que estamos comentando las jornadas. Locura de partido, 16-0 para el equipo de casa contra los Padres y 3 de 3 para nosotros. La leyenda continúa.
  • Tras el partido volvimos al Cowboy Jack’s, sports bar donde vimos unas ofertas cojonudas mientras la temporada de los Twins está activa, y sentados al lado de su toro mecánico disfrutamos de un cubo de alitas ($5) y cervezas ($3). Habéis leído bien, cubo, con un kilo de alitas. La salsa Honey garlic fue la ganadora absoluta de la noche.
  • Al día siguiente partimos hacia Chicago, ya con el coche de alquiler y con el tiempo algo justo para llegar al partido de los Cubs contra Mets, condujimos parando tan solo para comer y llegar al estadio con el partido en los primeros pitches. Noche mágica en Wrigley. Cantar el «Take me out to the ball game» a mitad de la séptima entrada fue muy especial.
  • Tras el chivatazo de Carlos, otro de los integrantes del chat en Telegram sobre MLB, busqué el puesto en el que iba a conseguir mi First Game Certificate (¡y una pegatina!), un recuerdo muy bonito que cada estadio de béisbol hace hoy en día y por el que no se ha de pagar nada. Además, en las entradas finales pudimos bajar abajo del todo y estuve en primera fila al lado de primera base, con Anthony Rizzo cerquísima.
  • Cubs Win! Las W que no dejan de ondear, el «Go Cubs Go» en megafonía ¡y yo en una nube otra vez! 4 de 4, y tras otro bañito del equipo local (17-5), seguidores de Twitter empiezan a sugerirnos ir a ver a sus equipos para romper sus malas rachas.
  • 14 de septiembre, día de ocio en Chicago que incluyen visitas al Soldier Field y gastronomía clásica, como es la Deep Pan Pizza. Vemos el TNF en un pub con mi amigo Roger (¡culpa suya es que ahora le siga a Cubs! hace un año me aficionó a esto) y terminamos viendo la segunda victoria seguida de los Cachorros desde Wrigleyville. Aproveché para comprarme esta gorra, que además estaba rebajada, y al terminar el partido comimos victory hot-dogs cortesía de las camareras.
  • A punto estuvimos de quedarnos una noche más y volver a ir a Wrigley, pero decidimos no alterar el plan inicial y seguir conduciendo con dirección a Nueva Orleans. Hicimos todo el tramo hasta Memphis de una tacada (parando a comer y respostar, claro) y ya en el hotel vimos Austin Powers 2 y Speed hasta quedarnos dormidos.
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    Bourbon Street

    Llegamos a Nueva Orleans la tarde siguiente, dejamos las cosas en el hotel (que era más un albergue que otra cosa) y nos perdímos por la ciudad. El primer rato fue un tanto extraño, la ciudad parece algo destartalada pero según te acostumbras la cosa mejora. Sobretodo de noche. ¡OH, DE NOCHE!

  • Visitamos el Mercedes-Benz Superdome y nos refugiamos del intenso calor y horrible humedad en el Walk On´s Bistreaux & Bar que me recomendó el sexy de Rog, nuestro Rog de Football Speech. Vaya sitio más chulo, que tiene a Drew Brees como uno de sus dueños. El local está ambientado con varios banners y grandes momentos de los Saints, siendo el que más me gustó un mural con Thomas Morstead a punto de chutar y la palabra «AMBUSH!» acompañándole. Punto de inflexión de aquella SuperBowl XLIV.
  • Al estar todo el mundo pendiente de LSU, que jugaba contra Mississipi State, el Walk-On´s se volvió imposible, pero nos dimos cuenta que hay uno más pequeño anexado a su hermano mayor. Encontramos mesa y allí estuvimos hasta que recibimos la llamada de nuestro GM en el curro (Packer fan), que empezaba su luna de miel en Nueva Orleans.
  • Fuímos a molestarles, y nos reunimos en el bar que nos dijeron en pleno Bourbon Street, y del que salimos finos los 4. Malditos hurricanes, o lo que fuera aquella bebida del diablo.
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    Mi carnet de conducir como referencia

    Al día siguiente la resaca era un factor importante, y J y yo pensamos que era buena idea desayunar algo de gordos y bebernos una de esas cocacolas de millones de litros. Ayudó.

  • Nuestra idea era ver toda la jornada en el Walk On´s, y eso hicimos, aunque antes de aquello nuestro jefe nos llamó para ver si le podíamos cuidar el bolso a su mujer, que habían pillado entradas para el Saints-Patriots y no sabían lo del Clear bag. En fin.
  • Tras pagar las rondas con la tarjeta de su mujer… Cumplimos con lo prometido, probamos el caimán como cocina tradicional, que por cierto está buenísimo, y aguantamos a duras penas hasta el final de la noche. El jefe, tras volver a por el bolso después de su partido, no apareció más por allí viendo la que le estaba cayendo a sus Packers contra los Falcons en su nuevo estadio.
  • En los días siguientes, visitamos más puntos de la ciudad como el aquarium (donde pudimos tocar mantas… el animal, no lo que conserva el calor y que te pones para el Netflix & Chill), y salir absolutamente encantados del WWII Museum.
  • Antes de partir hacia Houston decidimos embarcarnos en una aventura por los pantanos, y es algo que recomiendo si tenéis la oportunidad de hacerlo algún día. Parece que estás en un capítulo de True Detective, y la velocidad que alcanza el dichoso Airboat es curiosa. Nuestro guía se lanzó a las hierbas bajas para cojer un caimán de algo menos de un año, pero lo suficientemente mayor como para ser abandonado a su suerte por su madre, y dejárnoslo sujetar antes de devolverlo al agua.
  • El último día, apasionado por el espacio como ya dije que soy, no pude dejar pasar la oportunidad para ir al Johnson Space Center de Houston, propiedad de la NASA. El poder darme un paseo por el interior de un Space Shuttle (sistema de transporte espacial que me volvía loco y del que vi más de un despegue en directo desde casa) me volvío loco, y es algo que está a la altura de haber visto a los Cowboys en el AT&T.
  • Tras saltarme una alerta en el móvil por riesgo de inundacíon, pusimos rumbo al aeropuerto mucho antes de lo que preveíamos, pero es que lo último que queríamos era arriesgar nuestra vuelta a casa. El Ford Taurus terminó con 1869 millas recorridas durante nuestro alquiler.

Y hasta aquí todo lo referente a este viajazo. Espero que os haya gustado acompañarme tanto como a mi el recordarlo, quien sabe si volveré a hacer algo siquiera parecido. Ha sido un año impresionante en lo que respecta a viajes para mi, y no puedo dejar de sentirme agradecido por la oportunidad que he tenido. Gracias por leerme.

Un abrazo,

Gartzo.

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